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El Marxismo-leninismo Y La Batalla Contra El Nacionalismo, En La Lucha Democrática Por La Autodeterminación De Las Naciones Y Los Pueblos Oprimidos. (Sobre Herri Gorri Y Sus Interpretaciones Erróneas).

El marxismo-leninismo y la batalla contra el nacionalismo, en la lucha democrática por la autodeterminación de las naciones y los pueblos oprimidos. (Sobre Herri Gorri y sus interpretaciones erróneas).

Nuestra única intención es, que no es poco, acercar una idea concreta en contra del nacionalismo que recubre muchos discursos comunistas. Hablar sin tapujos ni ataduras contra el imperialismo, sin importarnos si este viene de occidente o de oriente, sea ruso, estadounidense, chino o el que fuera igual de pernicioso que los anteriores, el socialimperialismo soviético, que maquillo de internacionalismo su intervención y intromisión  en los asuntos internos y externos de tantos países. Dejar en evidencia la degeneración que del internacionalismo se realiza, maquillándolo con un discurso nacionalista y liberal. Abrazar el más consecuente discurso en favor de la autodeterminación en la etapa de la lucha democrática y por la mejora de cualquier conquista democrática en la etapa de construcción del socialismo. Por construir un organismo unido de comunistas, por el Partido, que dirija las aspiraciones de la clase obrera. Por la lucha de clases y la consecución de la revolución social y la construcción de la patria más amplia, consecuente, plena y grande de la que la clase obrera pueda ser actor principal,  el socialismo.

Algo que muchas veces se le ha echado en cara, arrojado más bien, a Reconstrucción Comunista, ha sido el confrontar políticamente con otras organizaciones. Parece ser que la batalla de las ideas es un espacio que hace revolverse a muchos y que otros tantos no están acostumbrados a hacer frente, mientras la mayoría la evitan. Se asume erróneamente que la confrontación política es perniciosa, agresiva y violenta. Así muchos se encierran en la comodidad de su gueto político, en el cual sólo rinden cuentas con los suyos, hacen política de puertas adentro y lanzan discursos complacientes para poder encantar a todos y no ofender a nadie. Y los hay que cuando la invitación al debate les resulta ofensiva por haber puesto al descubierto sus contradicciones, hacen uso de artimañas fuera del límite de la reyerta dialéctica, para apartarte de un codazo y tildarte de no se qué sandeces.

Lenin llegó a tachar a los adversarios políticos del socialismo y la revolución de charlatanes, lacayos de la burguesía, despreciables, siervos, lame botas y como no, de renegados, como todos nos acordaremos de Karl Kautsky. Seguramente en la mayoría de nuestros escritos no hayamos llegado a semejantes apelativos, y no hayamos pasado en la mayoría de casos de apreciar las lindeces revisionistas de los marxistas de palabra, pero aún así hay quien se sigue escondiendo para evitar el debate privándonos de discusiones tan interesantes que nos ayuden a separar la aja del trigo.

La crítica puede ser constructiva o destructiva, ofensiva o no. A nuestra organización la han tildado de secta, de ser siervos del Estado, nos han llamado cheerleaders del comunismo e incluso de ser los, agárrense, Arenas Boys. Además no hace mucho que de manera omitida tachaban a nuestra organización en Euskal Herria de ser una sucursal más del españolismo. Como dicha organización no fue explicita en su planteamiento, no lo seremos nosotros, ya que si se rehúye el debate, la discusión con un solo interlocutor es insubstancial. Aburrida, vamos.

Hace no mucho, aparecía una organización en el panorama político de Euskal Herria, Herri Gorri. En varios de sus primeros escritos aparecían errores de calado que creemos vale la pena sacar a la luz, como la cuestión de la ligazón entre independencia y socialismo, la construcción de un Partido Comunista de Euskal Herria, la existencia de un socialismo de carácter vasco o Euskal Herria como marco autónomo de lucha de clases, hecho este último que en sus propios escritos acaban negando involuntariamente.

Por lo tanto para aportar a lo que entendemos que es un debate enriquecedor pasaremos a desmenuzar las partes más importantes que creemos deben ser expuestas.

La batalla contra el nacionalismo.

“El nacionalismo es la ideología de la traición al campo de la paz, la democracia y el socialismo, la constatación de la salida de este campamento y transferencia al campo del imperialismo, de la restauración, de la contrarrevolución bonapartista (…) Nacionalismo significa la perversión del partido en un partido burgués, en un partido contrarrevolucionario. Nacionalismo significa la vuelta de Bulgaria a ser colonia del imperialismo. El nacionalismo es un golpe de muerte al patriotismo, al verdadero amor hacia la patria. Sin una lucha implacable hasta la muerte contra el nacionalismo, no puede haber ningún partido comunista”. Vulko Chervenkov. Georgi Dimitrov y la lucha contra el nacionalismo en Yugoslavia, enero 1950.

Gracias a toda la documentación que la historia pone a nuestro alcance, de resoluciones, informes y demás escritos que se encargaron de plasmar sobre el papel la militancia y dirección comunista más dispuesta en poner en evidencia las más sucias artimañas y desviaciones de los sujetos revisionistas que brotaban como sucios elementos contrarrevolucionarios del interior de los grandes partidos comunistas, contamos a día de hoy con innumerables ejemplos de lo que significa la traición a los principios elementales de la ciencia marxista-leninista, de la doctrina de la lucha de clases. La traición de aquellos sujetos que como Tito, Berlinger, Thorez o Browder son la viva imagen del revisionismo. Aquellos que vendieron a la clase obrera, que promulgaron que entre el campo de la paz y el campo de la guerra, había un tercer camino.

Las palabras de Chervenkov, quien fuera líder del Partido Comunista de Bulgaria, que podemos leer como introducción a este escrito, son un claro ejemplo de en lo que se convirtió la política interior de la República Federal de Yugoslavia. Fruto de un análisis laxo, burdo y plagado de carencias formativas, de aquellas que son resultado de ondear al unísono una bandera soviética y una de la RPD de Corea o de leer con el mismo criterio a Karl Marx o a Nestor Kohan, podemos llegar a leer análisis de lo que fue la experiencia yugoslava de una soberbia ignorante capaz de hacer sombra a la inventiva del propio Solzhenitsyn. Soberbia como la de Ibai Treviño, periodista que redacta para Argia o Berria sobre la guerra entre el nuevo centro de influencia nacional ruso, Novorossia, y la junta fascista de Kiev. Una forma de hacer periodismo ensalzando a los pueblos eslavos, tildando a incorruptibles marxistas-leninistas como E. Hoxha de “marxistas de la vieja escuela”, elevando la política nacionalista y destructora de los pueblos yugoslavos de Tito y encubriendo con su discurso de apoyo a lo que el nacionalismo llama repúblicas populares de Novorrossia, la política exterior del imperialismo de la Federación Rusa, que comparte multitud de similitudes con la vía euroasiática de elementos protofascistas como Aleksander Dugin o Eduard Limonov, que pretenden una unión entre el tradicionalismo fascista y los elementos más rezagados y vulnerables del entorno revolucionario de la clase obrera. En Euskal Herria se han dado charlas sobre la situación en la zona oriental de Ucrania organizadas por comités solidarios con Ucrania, con ponentes de partidos y organizaciones comunistas, mientras eran flanqueados por una bandera de la Federación Rusa, haciendo apología descarada del imperialismo ruso, y nadie lo ha denunciado. Desde webs de “partidos comunistas” se han publicitado discursos de Putin como baluarte de la lucha contra la OTAN y el imperialismo de EEUU y la UE y a nadie se le ha caído la cara de vergüenza. Es la diferencia entre una política consecuente, revolucionaria y de clase, y una política que se deja llevar por ideas ajenas. Ideas ajenas a la clase obrera, es decir, el nacionalismo.

Continuemos con el ejemplo yugoslavo. Yugoslavia acabó siendo gracias a la política nacionalista de La Liga de los Comunistas, de su anarquizante política económica que camufló las políticas capitalistas de producción y su desastrosa política nacional, un centro de influencia del imperialismo estadounidense, y su líder Tito, un agente a las órdenes de éste. Ya poco después de finalizada la II Guerra Mundial y tras la instauración de un gobierno de democracia popular en Yugoslavia, las tensiones entre la dirección yugoslava y el resto de Partidos Comunistas fueron latentes desde un principio. Frente a la los errores que iba cometiendo la dirección yugoslava, ésta era incapaz de realizar acciones de autocrítica a las faltas que le eran identificadas desde la Kominform y cerraba filas ante la obligación de hacer públicos sus errores de dirección. El más tarde reconvertido en Liga, Partido Comunista de Yugoslavia, buscó la tensión y confrontación con otros Partidos Comunistas como el búlgaro, por cuestiones territoriales. Se identificó a la URSS y al PCUS como degenerados e idénticos en su política exterior a la de los países imperialistas. Los comunistas yugoslavos declararon que el campesinado era “el pilar más firme del Estado”,  siguiendo la senda de un partido nacionalista y burgués. La falta de democracia interna en el seno del Partido era evidente con la existencia de miembros cooptados y no elegidos democráticamente en el seno del Comité Central. Los comunistas yugoslavos azotaron el carácter de la “especificidad yugoslava” para justificar condiciones especiales del socialismo en la federación balcánica, para que las clases explotadoras se integraran pacíficamente en el socialismo, cuestión en la cual les adelantaría por la derecha más tarde el Partido Comunista Chino. El Partido Comunista adoptó como suyo propio el programa del Frente Popular, llegando Tito a declarar que “el programa del frente popular es el programa del Partido también”. Tras la victoria contra el nazismo, el PCY concurrió a unas elecciones a finales de 1945 diluido en la coalición del Frente Unitario Nacional de Liberación, para dejar de gobernar cuando pasó a llamarse Liga de los Comunistas y dejar el poder en manos de dicho Frente. Todo ello acabó dando pie a los repetidos y denunciados casos por parte del Partido del Trabajo de Albania de la incursión en territorio albanés y en las estructuras del propio partido, de elementos saboteadores yugoslavos con órdenes claras de desestabilizar la política interna de Albania utilizando el sabotaje y asesinatos si eran necesarios.

Todas estas actitudes nacionalistas, junto con la idea del “socialismo específico y nacional”, hicieron de la experiencia yugoslava el terreno más propicio para la extensión del nacionalismo en su territorio y la anulación de los elementos proletarios en las filas del comunismo yugoslavo, ahogados por la imposición de la línea contrarrevolucionaria de Tito y su dirección:

El nacionalismo propagado por el grupo de Tito en el ámbito de las políticas internas conduce a una política de compromiso entre el explotado y el explotador, «a la unión» del explotado y el explotador en un frente «nacional» único, a una política de retirada de la lucha de clases, a la propagación de la mentira sobre la posibilidad de construir el socialismo sin lucha de clases, sobre la posibilidad de transformación pacífica de los explotadores bajo el socialismo, es decir, a la destrucción de la combatividad y la moral de la clase obrera yugoslava. El nacionalismo del grupo de Tito desarma a los trabajadores yugoslavos frente a sus enemigos internos”.

Continúa Stalin: “El nacionalismo en el Partido Comunista de Yugoslavia es un golpe no sólo al frente unido antiimperialista, sino sobre todo, a Yugoslavia, a los pueblos de Yugoslavia y a los intereses del Partido Comunista de Yugoslavia tanto en el ámbito de los asuntos internos como exteriores. El nacionalismo del grupo de Tito en las relaciones exteriores conduce a una ruptura con el frente unido del movimiento revolucionario mundial de los trabajadores, a la pérdida de los aliados más fieles de Yugoslavia y al aislamiento de Yugoslavia. El nacionalismo del grupo de Tito trabaja contra Yugoslavia frente a sus enemigos externos”. ¿A dónde conduce el nacionalismo del grupo de Tito en Yugoslavia? Stalin 1948.

La política interna respecto al problema nacional en Yugoslavia fue un desastre. La gran Yugoslavia de Tito se quebrantó por no saber dar solución al problema nacional existente entre las diferentes repúblicas. No supieron frenar la fuerza de la burguesía, sobretodo de la serbia, en una república federal que no se encargó de dotar y otorgar el poder político a la clase obrera, resolver  la problemática nacional y garantizar la resolución de la cuestión cultural, de la lengua y la idiosincrasia de cada nación. La república federal socialista debía ser el garante de estos derechos, como lo fue la Unión Soviética, o como comenzaron a darse los primeros pasos en la II República española. Una república federal y socialista, es un garante. No una república, como la de 1934 liderada por los radicales republicanos de Lerroux y los reaccionarios católicos de la CEDA de Gil Robles, que metió al ejército en Barcelona cuando Lluïs Companys declaró el Estado catalán desde el balcón del edificio de la Generalitat. ¿Qué queremos decir con esto? Queremos decir que la apuesta es por una república de naciones y pueblos. República socialista federada de naciones y pueblos. Una república federal y socialista que daría forma a lo que hoy conocemos como España, constituido en Estado de carácter multinacional, que niega y sojuzga la identidad y caracteres nacionales de la nación catalana, gallega y vasca. Entendemos que la república federal, socialista,  garantizará el desarrollo con plena igualdad y derechos de las naciones que a día de hoy oprime el imperialismo español. ¿Queremos decir con esto que los comunistas nos oponemos a la autodeterminación de las naciones en España y que sólo entendemos su libertad bajo la forma de la república? Evidentemente no. ¿Significa que los comunistas nos oponemos a la autodeterminación de una nación dentro del Estado, si esta es liderada por la clase obrera y supone un centro de apoyo para la expansión del desarrollo revolucionario en el resto del Estado? Jamás. Pero la respuesta a esta pregunta requiere de una mayor profundización, que no puede ser resuelta mediante un simple sí o no.

La lucha democrática por la autodeterminación.

Profundizando en la cuestión nacional, tocante con la cuestión del nacionalismo que es liderado por la burguesía, la autodeterminación es una parte importante, por no decir determinante, en las discusiones entre revolucionarios. La cuestión se acentúa en el terreno de estados de carácter multinacional, como el nuestro, en el que la cuestión relativa a la independencia de las naciones oprimidas genera diferencias entre quienes lo asumen como una lucha de carácter estratégico, y quienes haciendo uso de los principios más elementales que el marxismo-leninismo ha sabido desmenuzar, lo entienden como una lucha más que puede ser resuelta en una etapa de lucha democrática en el capitalismo.

Tomando como ejemplo las experiencias de Marx y Engels en las luchas de independencia en Europa de mediados del siglos XVII, Lenin entendió que un movimiento republicano, un movimiento de liberación nacional contemporáneo a día de hoy, era posible que no fuera más que un instrumento del poder financiero, por lo que no se debía apoyar ese movimiento en concreto. Lo que debía de apoyarse eran movimientos que debilitaran a las fuerzas de la reacción. Estas luchas de las que habla Lenin, que asimiló de los escritos de Marx y Engels, eran entendidos a partir de fenómenos concretos y no de tesis abstractas. Abstractas como el anhelar, proyectar o perseguir con todas las fuerzas la realidad de una nación que no se asemeja con el desarrollo mediante el cual ha sido transformada, tanto ella, como sus gentes, como su realidad política, social y lingüística, por algo tan sencillo de comprobar, como es el paso del tiempo.

El derecho de las naciones a la autodeterminación, tal y como nos lo presenta Lenin, es un proceso que se da dentro de los límites del capitalismo, es decir, dentro de la democracia burguesa. (Se da, y puede darse, pero teniendo siempre claro que el máximo garante es la etapa de revolución socialista en la que estos derechos se cumplan en plenitud). En su escrito sobre “El derecho de las naciones a la autodeterminación” de 1914, Lenin apuntaba varias cosas, que debemos destacar aún de que pasen desapercibidas: “…no puede garantizarse de antemano que la separación de una nación determinada o su igualdad de derechos con otra nación ponga término a la revolución democrática burguesa. Al proletariado le importa, en ambos casos, garantizar el desarrollo de su clase; a la burguesía le importa dificultar este desarrollo, supeditando las tareas de dicho desarrollo a las tareas de «su» nación. Por eso el proletariado se limita a la reivindicación negativa, por así decir, de reconocer el derecho a la autodeterminación, sin garantizar nada a ninguna nación ni comprometerse a dar nada a expensas de otra nación”. Los límites dentro de la etapa democrático burguesa quedan bien definidos por Lenin. Proseguimos: “…negar en el Estado capitalista la libertad de autodeterminación, es decir, de separación de las naciones no significa otra cosa que defender los privilegios de la nación dominante y los procedimientos policíacos de administración en detrimento de los democráticos”. Lenin presentaba la discusión dentro de los parámetros del capitalismo, no se inmiscuía en la autodeterminación relacionándola con el proceso de construcción del socialismo. La autodeterminación era para Lenin, una parte más del proceso de luchas democráticas, ya que entendía que en la etapa socialista, esta garantía sería total.

Veamos otros ejemplos: “Primer esbozo de las tesis sobre los problemas nacional y colonial” (para el II congreso de la internacional comunista) 1920: “De acuerdo con su tarea fundamental de luchar contra la democracia burguesa y de desenmascarar la falsedad y la hipocresía de la misma, los partidos comunistas, intérpretes conscientes de la lucha del proletariado por el derrocamiento del yugo de la burguesía, deben, en lo referente al problema nacional, centrar también su atención, no en los principios abstractos o formales, sino 1) en apreciar con toda exactitud la situación histórica concreta y, ante todo, la situación económica; 2) diferenciar con toda nitidez los intereses de las clases oprimidas, de los trabajadores, de los explotados y el concepto general de los intereses de toda la nación en su conjunto, que no es más que la expresión de los intereses de la clase dominante; 3) asimismo dividir netamente las naciones en: naciones oprimidas, dependientes, sin igualdad de derechos, y naciones opresoras, explotadoras, soberanas, por oposición a la mentira democrático-burguesa, la cual encubre la esclavización colonial y financiera — cosa inherente a la época del capital financiero y del imperialismo — de la enorme mayoría de la población de la tierra por una insignificante minoría de países capitalistas riquísimos y avanzados”. De nuevo vuelve Lenin a dejarlo claro, estamos en la etapa de la lucha en los parámetros de la democracia burguesa, en búsqueda de salidas a cuestiones de carácter democrático que afiancen y encaucen el camino de la posterior lucha por la toma del poder que debe dirigir el proletariado. Y Lenin lo recalca, apreciar la situación histórica y concreta y ante todo la económica. La económica que nos dice en qué etapa de la revolución nos encontramos. Por lo tanto, el proceso de autodeterminación, forma parte de la etapa democrática y esto nos ayuda a discernir una cuestión básica, elemental y que no es asimilada por parte de organizaciones, que aun considerándose comunista, se añaden a sí mismas el epíteto de independentistas, nacionalistas, y pone a un mismo nivel luchas que no pueden ir de la mano, ya que no corresponden a una misma etapa, como es la independencia y el socialismo. ¿Cómo vamos a poder etiquetar, peyorativamente ya que es un fallo de manual básico, a una organización marxista-leninista como independentista? Es un sin sentido.

A continuación el texto de Lenin “La revolución socialista y le derecho de las naciones a la autodeterminación” de 1916, que reafirma con más claridad si cabe, la cuestión de la etapa a la que se cierne el proceso de autodeterminación: “En primer lugar, en este sentido son irrealizables, bajo el capitalismo, por ejemplo, la moneda-trabajo o la supresión de las crisis, etc. Pero es en todo sentido inexacto que la autodeterminación de las naciones sea igualmente irrealizable”. Sigue Lenin: “El dominio del capital financiero, lo mismo que del capital en general, no puede ser eliminado con ninguna trasformación en la esfera de la democracia política, y la autodeterminación pertenece entera y exclusivamente a esta esfera”. Queda suficientemente claro, en lo que al terreno económico se refiere. Veamos en el terreno político: “…no sólo el derecho de las naciones a la autodeterminación, sino todas las reivindicaciones fundamentales de la democracia política son «realizables» bajo el imperialismo sólo en forma incompleta, deformada y como rara excepción”. En el escrito “La revolución socialista y el derecho de las naciones a la autodeterminación”: “No sólo la reivindicación de la autodeterminación de las naciones, sino todos los puntos de nuestro programa mínimo democrático fueron planteados anteriormente, ya en los siglos XVII y XVIII, por la pequeña burguesía”.

¿Independencia y socialismo?

Y un punto que nos llevará más adelante a un punto álgido de las habituales discusiones: “Destacar en este sentido una de las reivindicaciones de la democracia política, o sea, la autodeterminación de las naciones, para contraponerla a las demás, es radicalmente falso desde el punto de vista teórico. En la práctica, el proletariado sólo puede conservar su independencia subordinando su lucha por todas las reivindicaciones democráticas, sin excluir la pública, a su lucha revolucionaria por el derrocamiento de la burguesía”. ¿Cuál es la lucha que de subordinarse a cuál? ¿Independencia, y socialismo, de la mano? Está claro que no. ¿Podemos imaginar acaso luchas democráticas que son asumibles en la etapa capitalista, como la educación o la sanidad pública, consignadas de la mano del socialismo? Absurdo, ¿verdad? Educación y socialismo. Sanidad y socialismo. Luchas que por su carácter teórico, social y económico, pueden ser resueltas en un contexto de democracia burguesa, no pueden servir como un todo equiparable a la consecución del socialismo. Es un sinsentido. Y por supuesto, que estas luchas también pueden ser arrastradas como lucha en la etapa socialista. Es más, deben ser una consigna. Ya que, si bien en el socialismo serán causas principales a llevar a cabo en un primer periodo, junto a cuestiones de basto calado e importancia como la del desarrollo económico y la autogestión del país por medio de la socialización de los medios de producción, estas consignas, sanidad o educación, serán ampliamente pulidas en la etapa socialista.

El binomio “independencia y socialismo” no es una consecución coherente desde un punto de vista científico. Destacar una de las consignas de las reivindicaciones de la democracia política, en este caso la autodeterminación, para contraponerla a las demás, es radicalmente falso desde el punto de vista teórico: “En la práctica, el proletariado sólo puede conservar su independencia subordinando su lucha por todas las reivindicaciones democráticas, sin excluir la república, a su lucha revolucionaria por el derrocamiento de la burguesía”. Y concluimos, respecto a la consigna que ha sido tantas veces repetidas en nuestra tierra, sobre la cuestión de que “la lucha de clases, toma forma de lucha de liberación nacional en Euskal Herria”, con las palabras del que fuera el embrión del PCUS, el POSDR: “de la necesidad de supeditar la lucha por esa reivindicación, como asimismo por todas las reivindicaciones fundamentales de la democracia política, a la directa lucha revolucionaria de masas por el derrocamiento de los gobiernos burgueses y por la realización del socialismo”. Es decir, que la tarea principal, es la construcción del socialismo, la revolución, y que no puede existir otra tarea, y menos una que puede ser resuelta en la etapa democrático-burguesa, que pueda ser equiparable en grado de importancia para los intereses de la clase explotada. Por lo tanto, es la lucha de liberación nacional, la que está supeditada al desarrollo de la lucha de clases, y no al revés. Que independencia y socialismo, entendiendo la consigna de independencia desde el criterio de la consecución de la autodeterminación, no son luchas equiparables. Que los comunistas no podemos mantener en un mismo nivel patria y comunismo. Somos comunistas, porque  la lucha por la liberación de nuestra patria, no es únicamente en referencia a la tierra que pisamos. Pertenecemos a ella, dónde hemos crecido y adquirido conciencia de pertenecencia a una patria castellana, gallega, andaluza, catalana o vasca, oprimida y sojuzgada a los intereses de un estado imperialista, como lo es España. Asumimos esa causa, la hacemos nuestra, la reivindicamos y luchamos fehacientemente por la consecución de los derechos nacionales negados a las naciones que deben subsistir dentro de las fronteras administrativas españolas, pero debemos entender que la libertad completa de nuestra patria, será con la consecución del socialismo. Señalamos y denunciamos la cobardía de los llamados comunistas de las naciones opresoras, que con un marxismo de palabra pero no de acto, solo hacen que dar aliento al imperialismo con sus programas nacionalistas y sus ideas revisionistas sobre la libertad de los pueblos.

La patria de todos los obreros será el socialismo.

Cuando la patria encuentre el camino para poder gozar en plenitud de sus derechos nacionales, será durante la construcción de la etapa de la dictadura del proletariado. El internacionalismo proletario, sí proletario, no es una banal consigna que se emponzoña y se reviste de palabrería humanitaria ni nacionalista, sobre la condición de solidaridad con los pueblos oprimidos. No. “El nacionalismo pequeñoburgués proclama como internacionalismo el mero reconocimiento de la igualdad de derechos de las naciones, y nada más (dejo a un lado el carácter puramente verbal de semejante reconocimiento), manteniendo intacto el egoísmo nacional, en tanto que el internacionalismo proletario exige: I) la subordinación de los intereses de la lucha proletaria en un país a los intereses de esta lucha en escala mundial; 2) que la nación que triunfa sobre la burguesía sea capaz y esté dispuesta a hacer los mayores sacrificios nacionales en aras del derrocamiento del capital internacional”. Ese es el verdadero internacionalismo proletario. De lo contrario lo único que se reclama es un internacionalismo mermado por la idea nacionalista que lo señala como un apéndice de la autodeterminación o la necesidad de la unión de pueblos, sin estado, o países colonizados, como si estos llevaran de manera intrínseca el internacionalismo en su seno, cuando su único baluarte es la clase obrera que vive en su seno. Relegándola así a su vez a su principal sujeto, a la clase obrera, al ostracismo; a un segundo plano. Frente al nacionalismo, como intención de hacer frente a sus políticas perniciosas para la clase obrera, aparecen ideas que no se desarrollan en profundidad y que por lo tanto pasan por encima y son superfluas en su esencia, de lo que es el internacionalismo proletario. Aún sin pretender ser un ejemplo elemental de lo que para el revisionismo es el internacionalismo proletario, muchos discursos que salen de organizaciones que se declaran ya de principio como internacionalistas, lo único que logran es consolidar un discurso, un mensaje, que no va más allá de la solidaridad. Solidaridad que no es identificada con la clase obrera, sino con pueblo o naciones. Al internacionalismo, se le extrae su componente proletario, debido en base a la carencia de una conciencia para sí, de una conciencia de clase, entregándolo de cara a la galería como un elemento más propio de una ONG, como tildaba el redactor jefe de Gara, Iñaki Soto, a SARE no hace mucho en micrófonos de Eitb Irratia. Así el internacionalismo proletario puede ser azuzado por cualquiera con un mínimo criterio solidario y una posición democrática, liberal y progresista.

Federalismo y socialismo.

Continuamos con “Primer esbozo de las tesis sobre los problemas nacional y colonial (para el II congreso de la internacional comunista)” de 1920. En el mismo documento Lenin nos aclara cuestiones relativas al federalismo, veamos: “La federación es la forma de transición hacia la unidad completa de los trabajadores de las diversas naciones. El principio federativo ha revelado ya en la práctica su utilidad, tanto en las relaciones entre la República Federativa Socialista Soviética de Rusia y las otras repúblicas soviéticas (de Hungría, de Finlandia, Letonia, en el pasado, y de Azerbaidzhán, de Ucrania en el presente), como dentro de la misma R.F.S.S.R. en lo referente a las nacionalidades que anteriormente carecían tanto de Estado propio como de autonomía (por ejemplo, las repúblicas autónomas de Bashkiria y Tataria dentro de la R.F.S.S.R., fundadas en 1919 y 1920, respectivamente)”. Más: “al reconocer la federación como forma de transición hacia la unidad completa, es necesario tender a estrechar cada vez más la unión federativa, teniendo presente, en primer lugar, que sin una alianza estrecha de las repúblicas soviéticas es imposible salvaguardar la existencia de éstas dentro del cerco de las potencias imperialistas del mundo”. Aquí la aclaración sobre la cuestión federativa es clara. Mientras unos se empeñaran en interpretar la libre asociación federativa que proclama el marxismo-leninismo como una imposición por parte de un especulativo nacionalismo centralista, en el caso de este Estado, españolista, se demuestra que la federación pretende ser únicamente un baluarte que garantice las libertades conquistadas por las naciones oprimidas, y les otorgue una defensa en un terreno hostil hasta poder garantizar su absoluto desarrollo negado, que una vez cumplidas estas tareas dejarán de tener sentido.

Respecto a la cuestión del significado del derecho de autodeterminación y su relación con la federación, Lenin dejaba claro que la solución de este problema debe realizarse mediante un referéndum en la nación que se separa. Ahora se nos puede venir a la cabeza el referéndum del 9 de noviembre de Catalunya, pero la cuestión no es tan sencilla. El referéndum implica algo más concreto que una burda pregunta en una papeleta con una opción posterior en caso de que “¿desea que Catalunya sea un Estado?”. El referéndum no equivale a la separación, fragmentación y formación de pequeños estados sino que es una manifestación consecuente contra la opresión nacional. Separación que debe ser siempre y en cualquier caso liderada por la clase obrera, sino pasa lo que sucedió con Finlandia en 1917. Y concretamente supondría la resolución sobre el derecho a separarse del estado opresor, a no separarse, crear un nuevo estado o unirse a otro ya existente. En la consulta catalana solo se planteaba la opción de que, si se optaba por la conversión de Catalunya en estado, que este fuera independiente. No se dejaba abierta la opción de pasar a formar parte de otro estado, a optar  por una unión federal, etc. Y por supuesto no entraremos en profundidad en la cuestión de señalar que ese no era un proceso liderado por la clase obrera, que el papel de esta era invisible, que sus organizaciones eran débiles y apenas inexistentes, que la dirección era unilateralmente nacionalista, que las fuerzas que podían considerarse como nacionalistas revolucionarias están colmadas por el germen nacionalista y que son un apéndice más de la política nacionalista que reduce a la mínima expresión la voz de la clase obrera libre del yugo del chovinismo. No entraremos, no, vaya.

El Partido Comunista.

Por ahora hemos visto, en lo relativo a la cuestión de la autodeterminación, que ésta es una cuestión que puede resolverse en los parámetros del capitalismo, que la federación garantiza la plena consecución de los derechos de las naciones oprimidas velando por ellos, que el nacionalismo es un germen pernicioso que pudre por dentro al movimiento comunista. Y dos cuestiones claves. Una, que la autodeterminación debe subordinarse a la cuestión general de la revolución, de la construcción del socialismo. Y dos, que la idea del “socialismo específico y nacional”, es una cortina de humo para encubrir las desviaciones nacionalistas.

Tomando como ejemplo Euskal Herria, donde la existencia del Partido de los Comunistas ha sido defenestrada y tildada de nacionalismo español, éste no existe desde que desapareciera la dirección marxista-leninista tras la guerra y cayera en manos de la camarilla revisionista que contaba con el apoyo de la dirección Carrillista. El movimiento comunista en Euskal Herria no supo liderar la lucha de la clase obrera y fue decayendo a medida que la dirección del movimiento de liberación nacional se fortalecía. EL MC no entendió que “todos los partidos comunistas deben prestar una ayuda directa al movimiento revolucionario en las naciones dependientes o en las zonas que no gozan de derechos iguales y en las colonias”. La dirección comunista era un órgano tumefacto por el nacionalismo opresor y el revisionismo, que no tenía capacidad ni resolución para dar respuesta a las aspiraciones de la clase obrera. Lejos quedaban las consignas por la autodeterminación y la libertad nacional de las primeras federaciones comunistas de Euskadi y de la dirección del Comité Central del PCE con José Diaz a la cabeza.

Según Lenin, la tarea del movimiento comunista en las naciones oprimidas es la de “sellar una alianza temporal con la democracia burguesa de los países coloniales y atrasados, pero no fusionarse con ella y tienen que mantener la independencia del movimiento proletario incluso en sus formas más embrionarias”. Esto quiere decir, que los comunistas deben luchar por construir y mantener un organismo independiente, su Partido. No deben fusionarse con el movimiento de liberación nacional, no deben asumir su programa, sino que deben hacerse con la dirección de ese mismo movimiento de liberación, no en el sentido de penetrar en su interior, sino de arrebatarle la dirección del proceso de autodeterminación, y dirigir a la clase obrera hacia el camino de la revolución social, teniendo a ésta como objetivo inamovible e innegociable. Más aún, respecto a la cuestión organizativa, Lenin resuelve una cuestión esencial, de primer grado a tener en cuenta para no caer en la trampa del nacionalismo: “los socialistas de las naciones oprimidas de ben defender y poner en práctica

con especial ahínco la unidad completa e incondicional, incluyendo en ello la unidad organizativa, de los obreros de la nación oprimida con los de la nación opresora. Sin eso no es posible defender la política independiente del proletariado y su solidaridad de clase con el proletariado de otros países, en vista de todos los engaños, traiciones y fraudes de la burguesía. Pues la burguesía de las naciones oprimidas siempre trasforma las consignas de liberación nacional en engaño a los obreros: en la política interna utiliza estas consignas para los acuerdos reaccionarios con la burguesía de las naciones dominadoras (por ejemplo, los polacos de Austria y Rusia, que entran en componendas con la reacción para oprimir a los judíos y ucranianos); en política exterior, trata de concertar negociaciones con una de las potencias imperialistas rivales, para realizar sus fines de rapiña (la política de los pequeños países de los Balcanes, etc.)”.  Claro y conciso. Frente a aquellos que ven la búsqueda de la unidad orgánica de los comunistas de un mismo Estado, como la amenaza  de no sé qué nacionalismo centralista o la intromisión de lo que ellos tildan como “sucursales de partidos estatalistas”, Lenin lo deja claro. Prima la unidad del proletariado de la nación oprimida, con el de la nación opresora, incluso, en el terreno orgánico. Sin ello es imposible defender la política independiente de la clase explotada y defender los embistes de la política perniciosa y nacionalista de la burguesía. Esa es la fortaleza de la clase obrera, su unidad orgánica, dentro de las filas del Partido Comunista, única organización que hace suya la lucha de la clase obrera, que asume la autodeterminación, que se rige por el marxismo-leninismo y que conducirá a los obreros de las diferentes naciones del Estado al camino del triunfo de la revolución social y la represión mediante la dictadura de los privilegios apoderados durante siglos por la burguesía.

Nacionalismo con pelajes socialistas.

Ya para ir cerrando, respecto al criterio del marco nacional autónomo, que se dilata y pretende alcanzar también a la doctrina de la ciencia social adaptándola a ese marco de igual modo, apostando por una vía específica, nacional, propia, del socialismo. De ahí nos vienen a los oídos nomenclaturas como “socialismo identitario vasco”, “socialismo autogestionario”, “socialismo del s. XXI”, ”vía vasca al socialismo”. Es decir, un cúmulo de nueva fraseología acuñada para dar vueltas, enredar por aquí y por allí y evitar hablar de la necesidad de organizarse en un Partido Comunista o reprimir por medio de la violencia a los enemigos de clase, todo muy dócil, ya que el marxismo-leninismo es demasiado, ortodoxo, dicen ellos. Como era de esperar, ya que a muchos les fascina acusarnos de eclecticistas, de repetir empecinados como monos siempre las mismas consignas y autores, haremos uso de algún escrito descontextualizado y falto de criterio para poder reforzar esta última tesis:

«El marxismo-leninismo enseña que, a pesar de que son invariables las características y leyes generales esenciales del tránsito al socialismo, las formas, los métodos y los ritmos de este tránsito pueden presentar en los diversos países diferencias determinadas por las condiciones concretas de su desarrollo. Aferrándose a este hecho, los revisionistas, bajo las consignas del «socialismo específico y nacional», se empeñan en apartarnos de la vía general marxista-leninista de la construcción del socialismo y privarnos de la experiencia de la Unión Soviética. El marxismo enseña que las cuestiones fundamentales de la construcción del socialismo son comunes a todos, que las leyes de desarrollo de la sociedad no conocen fronteras. La experiencia histórica indica que estas cuestiones comunes son: la dictadura del proletariado…”. Enver Hoxha, Sobre la situación internacional y las tareas del Partido, 1957). Nada más que añadir. Preclaro.

Uhaitz Arrizabalaga Moreno

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